viernes, 23 de marzo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 1 - II

      Damian y otros supervivientes habían sido evacuados a un hospital de campaña levantado a varios kilómetros de la ciudad en ruinas. Tras ser examinado y descontaminado, dio un paseo por las instalaciones. En una pradera, superior en tamaño a varios campos de fútbol, se habían montado multitud de tiendas de campaña, toda una legión de médicos y enfermeras caminaban de aquí para allá asistiendo a los supervivientes, un regimiento de soldados y milicianos hacían rondas por todo el campamento, garantizando así, la seguridad del campo. Multitud de ambulancias iban y venían, en unas, se transportaban supervivientes encontrados entre las ruinas y en otras, se trasladaban a los más graves para atenderlos en los centros hospitalarios de las ciudades más próximas. También se había habilitado un aeródromo donde una escuadra de helicópteros militares y civiles, hacía constantes salidas y entradas. La mayoría eran operaciones de rescate y reconocimiento. Por la carretera, vecina a las instalaciones, había un constante trasiego de maquinaria pesada, que se dirigía a la zona afectada por la catástrofe con el fin de despejar vías de acceso a la ciudad en ruinas para así, facilitar las labores de rescate. Aquí y allá una cohorte de periodistas gráficos, reporteros, cámaras; grababan, entrevistaban y acosaban a los afectados. Había voluntarios que ayudaban en las labores de asistencia y rescate y multitud de curiosos que movidos por la preocupación entraban en una y otra tienda buscando seres queridos. En el centro de las instalaciones, varios tablones de anuncios contenían fotos de desaparecidos con teléfonos y leyendas en las que se decía, que si sabían algo de la persona de la foto, se llamara a ese número. Al norte de las instalaciones infinidad de cadáveres enfundados en fundas de lona aguardaban la última visita de familiares y deudos que los reclamaran. Lamentablemente, la mayoría eran enterrados en una gran fosa común horadada en una planicie cercana sin recibir un último adiós.

     Damian después de andar largo rato por los exteriores de aquel improvisado centro hospitalario, decidió visitar alguna de las tiendas de campaña. Allí, en varias camas improvisadas, dispuestas en columna, varios supervivientes soportaban las consecuencias derivadas de la exposición a la radiación, las llamas o los derrumbamientos. La mayoría era víctima de nauseas y mareos. Los había que sufrían quemaduras de primer, segundo o tercer grado. Algunos presentaban contusiones, rotura de huesos o amputaciones. Otros, como Damian, presentaban solo pequeñas heridas, pero todos en mayor o menor grado habían sufrido contaminación externa o interna, o ambas a la vez. A muchos se les tendría que hacer un seguimiento médico durante unos días o unos meses, a otros durante toda la vida. Los habría que sobrevivirían, los habría  que morirían en un par de días o una semana, otros en meses y muchos tras varios años y tras padecer un cáncer de tiroides, hueso u otro tipo. Para mal, aquellos que tuvieron la mala suerte de encontrarse en la ciudad, en el funesto día de la explosión, estaban marcados genéticamente durante toda su vida. Quizás ya no pudieran tener descendencia, quizás si la tuvieran, esta presentaría malformaciones o padecerían enfermedades crónicas derivadas de la funesta herencia de sus progenitores. La capital del Estado se había convertido en tan solo unos minutos en un páramo inhabitable, desde ella, ya no se redactarían leyes de obligado cumplimiento en todo el país, no se dictaría más la política económica, interior o exterior del país. Pero algo de su hegemonía mundial persistiría arriba, en lo más alto de la atmósfera, pues los residuos nucleares acumulados, se extenderían por todo el globo, hasta neutralizarse. Como regalo envenenado serían vertidos a la superficie terrestre en forma de lluvia contaminando al ganado, al  pescado, a las plantas, al agua en lugares distantes al lugar de la explosión. Pero el país no había desaparecido, el mundo aún albergaba vida. Solo quedaba saber, qué haría el ejecutivo, pero nadie sabía si el presidente o sus ministros y consejeros habían sobrevivido a la explosión. 

      En el fondo de la tienda de campaña, donde Damian se hallaba, una radio daba un boletín informativo especial:

miércoles, 21 de marzo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 0-II

      Damian vagaba por una ciudad desconocida. Aquí y allá proliferaban pequeños conatos de incendio que se propagaban sin nadie que los contuviera. El cielo pardo grisáceo parecía un techo térreo bajo el cual se enterraban los podridos restos de la ciudad. Gritos estremecedores, nacían de las escombreras, en que la orgullosa capital de un estado prepotente, se había convertido. El ombligo del mundo, era ahora una gran montaña de cadáveres y humanos zombificados, que con la mirada ausente vagaban como cascarones sin alma, consternados y confusos. Todo parecía subrreal, parecía como si aquel día no hubiera nacido, como si todos y cada uno de los que deambulaban en aquel estado hipnótico estuvieran viviendo la misma pesadilla. Pero cualquier esfuerzo por despertar de un sueño tan perturbador era inútil. El idílico día había muerto asesinado por una lluvia de fuego, polvo y ceniza que había sacudido los cimientos de la cotidianeídad, para despertar a todos aquellos muertos vivientes de su sueño rutinario. Entre aquellos que vagaban como espectros los había que habían superado la consternación  inicial y se afanaban por rescatar a gente de los escombros, otros intentaban comunicarse con los servicios de emergencia, pero todos los aparatos electrónicos habían sido dañados por la radiación electromagnética. De repente de las entrañas de aquel cielo negruzco empezaron a caer gotas de agua negra, similares a sangre oscura. Pero aquello no era solo agua, pues la piel y la ropa eran quemadas al contacto con aquel acido destilado en el aire. Para protegerse de aquella nueva calamidad, Damian buscó refugio bajo los escombros. Las pocas personas que no encontraron refugio intentaban desesperadas esquivar las gotas, corrían despavoridas, emitiendo gritos de dolor que rompían el silencio y se aunaban en un coro que interpretara una pieza delirante, para un público impasible refugiado en pobres madrigueras. El lamento de los desafortunados cesó a los pocos minutos y otra vez el silencio opresivo reinó. Pero aquel veneno hiriente y corrosivo continúo fluyendo. Aquel agua empezó pronto a filtrarse por los resquicios del montón de escombros donde, nuestro amigo, se refugiaba. Damian intentaba esquivar el líquido que se filtraba. Pero como su capacidad de movimiento era muy limitada, optó por contenerlo intentando cubrir los resquicios por los que se filtraba con todo lo que tenía a mano, tierra, argamasa, piedras, metal, pero nada parecía frenar las filtraciones. La suerte otra vez sonrió a Damian y cuando la situación era más desesperada para nuestro amigo, aquél vomito negro, heraldo de muerte, dejó de caer.
      Cuando la lluvia nuclear cesó, Damian abandonó su refugio. No lejos de donde se había refugiado, Damian vio esperanzado como unas brillantes luces rojas parpadeaban. Los servicios de emergencia, habían conseguido abrirse paso hasta aquel lugar y policía, bomberos y personal sanitario se afanaban en asistir a los supervivientes. Jamás en su vida Damian volvería a experimentar las sensaciones que aquella visión le produjo. Ante él la esperanza abría la puerta a una nueva realidad. Había sobrevivido, pronto encontraría ayuda y pronto podría reinventarse, pues era como si aquellas luces fueran la primera visión de un recién nacido. Pero pronto Damian descubriría que todo aquello había sido una vana ilusión.

martes, 13 de marzo de 2012

CAPITULO I. SUCEDERÁ I -2

    Damian abandonó al grupo en el rellano del hotel. Ansioso por saber lo que estaba pasando, se dirigió al bar. La barra, de unos tres metros de longitud, apenas soportaba vasos, copas o brazos. Solo tres clientes se repartían, toda la extensión de la barra. Al fondo un camarero, con un gracioso chaleco rojo y camisa blanca y mugrosa, limpiaba con un paño húmedo un vaso de cristal rallado. Sobre su cabeza, la pantalla del televisor parpadeaba, intentando con estos guiños, atraer la atención de la escasa clientela del local. Damian se acercó a la barra y llamó al camarero, este, enfrascado en su hipnótica labor tardó unos minutos en atender a Damian. - Póngame un whisky doble.- Dijo Damian con brusquedad. - Tome.- Le replicó, sirviéndole el barman con no menos brusquedad. - ¿Puede poner las noticias? - Preguntó Damian suavizando el tono de la voz. - Como usted desee.- Respondió el camarero, afinando su ironía.

    Tras un leve parpadeo, el televisor mostró, la forzada sonrisa de una rubia de bote que jugaba a esconder, tras un generoso escote, las turgencias moldeadas por sus prótesis. Comentaba las mismas noticias de siempre, que si había habido un accidente en tal  punto de tal carretera, que los índices bursátiles habían bajado tal porcentaje, que tal anciana había desbaratado los malévolos planes de un atracador negro o hispano a sombrillazos. No eran noticias alarmantes. La turbación experimentada por Damian en el autobús, desapareció una vez acabado el noticiario.

     Cuando Damian se disponía a alzar las posaderas del taburete que las había sostenido durante algo más de una hora, algo similar a una onda de choque destrozo los cristales de las ventanas, que convertidos en millones de pequeños proyectiles hicieron blanco en todo aquello que se interpuso entre ellos y su trayectoria. Entonces Damian, que había sido alcanzado por alguno de los fragmentos de cristal, se sintió  golpeado por algo parecido a un  puño invisible y el puñetazo fue  tan fuerte, que el cuerpo de Damian se elevó por encima de la barra y vino a estrellarse contra el cuerpo del barman. Los gruesos pilares sobre los que descansaba parte del peso de todo el edificio, recibieron tal sacudida que muchas vigas cedieron, haciendo que  parte del techo y del edificio se desprendiera sobre el bar. Multitud de escombros dejaron a Damian atrapado en un pequeño hueco tras la barra, a su lado, el grosero camarero tenía la cabeza aplastada bajo un grueso bloque de hormigón. El polvo cegaba a Damian. Las diminutas partículas de arena en suspensión se filtraban a través de sus orificios nasales, allí se mezclaban con la mucosa y el vello fabricando una pastosa capa que adherida a la nariz obstaculizaba el correcto fluir del aire. El esfuerzo por desasirse de los escombros que le aprisionaban, exigía un mayor rendimiento del sistema respiratorio de Damian, lo cual contribuía a obstruir más sus vías respiratorias. La mente de Damian, en un estado de agitación nerviosa, arengaba a músculos y huesos en la batalla de la carne contra la piedra. En esta singular lucha, la asfixia estaba a punto de vencer a la tenacidad de nuestro protagonista, cuando en un último esfuerzo titánico, los dos brazos de Damian  se convirtieron en sendas prensas hidráulicas que lograron levantar el enorme peso que presionaba sus costillas. Viéndose libre de la losa que iba a sellar su tumba, Damian, magullado y dolorido, se abrió paso entre los escombros hasta alcanzar lo que antes había sido una populosa avenida.

     El paisaje era desolador, a uno y otro lado la mayoría de los grandes edificios que minutos antes se alzaban soberbios, desafiando la gravedad y la presión, eran ahora como árboles resquebrajados sobre sus ejes. Algunos parecían bocas desdentadas y abiertas que mostraban restos de mobiliario
suspenso en el vacío gracias a una fina capa de suelo. Lo único que indicaba que antes hubo una avenida transitable eran los múltiples  coches aplastados por escombros donde el metal, la madera, el vidrio y la arena se mezclaban en un todo confuso y caótico.  En algunos edificios las llamas consumían el esqueleto.  Aquí y allá, arena ambulante moldeaba formas de hombres,  que ebrias y vacilantes vagaban como espectros terrosos sobre los escombros. Lejos de allí, en el cielo iluminado por lenguas de fuego, perladas de  rojo  y ámbar, se dibujaba un hongo gigante que poco después se desvaneció como si se tratara de un espejismo en el desierto celeste. - Tenía que suceder.- Dijo Damian resignado.

sábado, 10 de marzo de 2012

CAPITULO I. SUCEDERÁ I - 1

    Cuando el grupo estuvo fuera de la casa del presidente, uno a uno fueron entrando en el autobús que los había llevado hasta allí. Cuando todos estuvieron dentro y el motor hubo arrancado, el ambiente en el habitáculo empezó a caldearse. La gente estaba preocupada, eran conscientes de que la visita había terminado antes de tiempo, deducían que algo malo debía estar pasando. Muchos ya veteranos en estas visitas, sabían que el horario era cumplido a rajatabla, sabían que las despedidas de la casa del presidente solían ser cordiales, no tan frias como esta había sido. Muchas veces el presidente hacía un hueco en su agenda para que la gente del grupo pudiera retratarse con él, pero nada de esto había sucedido, sin duda estamos ante una crisis mundial, decían algunos de estos veteranos. Otros en silencio intentaban disimular su estado de crispación, muchos movían neuróticamente las piernas, en un intento desesperado de exorcizar sus miedos. Otros, los menos observadores, ponían el grito en el cielo culpando a los responsables de la agencia de viajes de estafa. Los más agresivos agredían verbalmente al guía, que intimidado intentaba calmarlos dándoles explicaciones sensatas y razonables, que lejos de calmar los ánimos, los encendían más.

    Damian asistía al espéctaculo que se daba en el autobús distraído y ajeno a lo que sucedía intentaba dar una explicación válida a lo sucedido. Había visto generales, cuyas canas, delataban sus años de sevicio, estos veteranos de guerra, ante cualquier contrariedad deberían mostrarse  serenos, pero hoy los había visto nerviosos. Parecía, que desde su posición privilegiada, estaban siendo testigos de una situación que los superaba. ¿Mas, qué podría alterar  tanto a hombres, que quizás habían visto a sus compañeros despedazados por la metralla, en el campo de batalla? ¿La caída de la bolsa? No, estos eran hombres de acción, forjados en la dureza de la instrucción y la guerra; suelen mirar de frente al enemigo y explotar sus errores sin dejar nada al azar. Y si esto fuera así, ¿para que los haría llamar el presidente? ¿Para mantener el orden, reducir el caos? Mantener el orden no es algo que pueda poner nervioso a un hombre acostumbrado a sortear infinidad de proyectiles mientras avanza hasta las líneas enemigas. Una declaración de guerra, eso si puede crispar los nervios de un militar de carrera, pero no una guerra convencional, donde las posibilidades de sobrevivir aunque escasas, no son nulas. Una guerra nuclear es lo que más nervioso pondría a un devoto de Ares, aquí  hay que golpear primero y aun así la posibilidad de victoria es incierta, si se declarara una guerra de este tipo las consecuencias serían nefastas para ambos bandos, nada sobreviviría.

    Damian por este proceso de inducción comprendio, que la supuesta guerra nuclear, estaba a punto de producirse y entonces esta sospecha actúo de espoleta y un aluvión de pensamientos e ideas estallaron de repente en su cabeza. Unas chocaban con otras a velocidades de vértigo, como si fueran átomos  de razonamiento que a fuerza de golpearse unos a otros, estuvieran a punto de iniciar una reacción en cadena que Damian intentaba detener en vano.

   El trayecto fue corto, pero azaroso, por toda la cantidad de emociones que se dieron durante él, a causa de la visita. No habían pasado ni diez minutos desde que entraron en el autobús y ya estaban a las puertas del hotel donde se alojaban. Antes de salir el guía con el micrófono, les dijo la hora a la que el grupo sería recogido a las puertas del hotel, para hacer otra de las visitas programadas, pero ni Damian, ni el resto prestaron atención. Uno a uno fueron todos abandonando el autobús, pero en sus rostros, no había rastro de alegría, parecía que aquel viaje de placer se había convertido en un viaje sin retorno, cuya única meta no era la diversión sino el sacrificio.

viernes, 9 de marzo de 2012

CAPITULO I. SUCEDERÁ I - 0

           Damian, por fin, había conseguido realizar su sueño. Estaba allí en la casa del presidente del gobierno, el lugar donde antes, otros presidentes habían vivido. El sitio desde donde se dirigía el país más poderoso del mundo, allí donde se habían firmado la declaración de los Derechos Humanos o la Constitución. Todas las salas abiertas al público estaban impregnadas de esa majestuosidad histórica, que solo algunos edificios reflejan en su arquitectura. Podría decirse que en la construcción de aquel edificio se busco siempre la elegancia discreta, la moderación en la ornamentación, como si de antemano se hubiera rechazado el fausto y la pompa. Allí, el ciudadano de la calle podía sentirse como en casa, pues no había lujos excesivos que los intimidaran. El espacio estaba repartido democráticamente, sin conceder preferencia a una u otra estancia. Todo allí estaba dimensionado siguiendo criterios de igualdad. Estancias con la misma altura, la misma superficie, el mismo acabado. Todo ordenado de manera lógica, persiguiendo siempre, la belleza armónica, el ideal apolíneo de la proporción. Pero aunque la construcción obedecía a criterios igualitarios, había también una concepción jerárquica del espacio, pues los despachos y dependencias, dedicadas a ser usadas para tratar asuntos de Estado, estaban separadas de las comunes, por un largo pasillo plagado por gente con trajes negros y personal del ejército.

           La antesala que separaba  las dependencias domésticas de las oficiales era el último punto que se visitaba. Sus paredes estaban adornadas con  cuadros de  presidentes. Aquí el guía siempre se extendía en sus explicaciones. Hablaba de tal presidente y tal célebre anécdota de su mandato, hablaba del pintor que pintó el cuadro, del estilo del mismo y aunque tales explicaciones en un primer momento captaran la atención del público, pronto dejaban de ser interesantes y los miembros del grupo empezaban a bostezar o centrar su atención en aquel pasillo, que separaba el ámbito privado del público.

        Damian, desde que había entrado en aquella antesala, no dejó de prestar atención a aquel pasillo y lo que en él sucedía. Habían pasado diez minutos, desde que el grupo había entrado en esta estancia, el guía estaba hablando del vigésimo tercer presidente y las miradas perdidas de los individuos que formaban el grupo ya habían empezado a seguir con los ojos el aleteo de alguna mosca, o el laborioso tejer de una araña. Es un decir, pues no había moscas, ni arañas, pero el tedio se adueñaba poco a poco de los visitantes . Mientras esto sucedía Damian había visto desfilar por aquella sala a todo el estado mayor, al vicepresidente y al ministro de defensa. Extrañado intentó captar algún comentario de los que continuamente entraban a los despachos oficiales, mientras fingía mirar los cuadros de los presidentes que estaban colgados a ambos extremos de la entrada del pasillo que plagaban los hombres de negro, pero no consiguió oír nada que lo alarmara. Todos entraban hablando de cosas triviales, pero algo en el modo de andar, en la expresión de los rostros, en el lenguaje verbal o físico delataba tensión, preocupación, parecía que algo enrarecía el ambiente en los despachos oficiales, y que aquella rarefacción se transmitía a los funcionarios que allí trabajaban convirtiéndolos en puro nervio ambulante, disfrazado de tranquilidad tensa.

         Antes de que se diera por terminada la visita, un individuo vestido con elegante traje de seda salió de las dependencias oficiales con paso presuroso. Cuando llegó a la antesala refrenó su paso y buscó al guía. Lo aparto del resto del grupo y le dijo unas palabras al oído, hecho esto dio la espalda al grupo y al guía y con el mismo paso que instantes antes había abandonado las dependencias oficiales abandonó la antesala. El guía reunió al grupo disperso por aquella estancia y con palabras amables dio por concluida la visita. Instantes después todo el grupo era escoltado a las puertas de la mansión del presidente por una escolta de hombres de negro.

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