miércoles, 2 de enero de 2013

CAPITULO III. Tribulaciones 6-III

            El golpe en la testa desembelesó a Damian. Este cogió el manojo de llaves que llevaba en su bolsillo;insertó una primera llave en la ranura, no terminaba de encajar, probó con una segunda, era demasiado grande, luego probó con una tercera y una cuarta y una quinta y una sexta pero eran o demasiado grandes o demasiado pequeñas, probó con todas las que había en el manojo pero ninguna abría aquella puerta. Después examinó detenidamente la cerradura y descubrió que había sido cambiada recientemente. Tras este examen retrocedió unos pasos y tras observar detenidamente la fachada exterior descubrió, que algunos maderos habían sido sustituidos por otros, sin duda alguien estaba interesado en mantener única y específicamente aquella construcción en pie, pero ¿por qué? Todas las construcciones de alrededor, tales como las viejas chozas de los vaqueros y el personal del rancho estaban derruidas o semiderruidas. De los establos de los vaqueros, apenas algunos tabiques permanecían en pie. De las dependencias destinadas al aseo del personal, no quedaban ni las letrinas. Alrededor del edificio del despacho se apilaban montones de maderos podridos y astillados que en otro tiempo habían configurado el esqueleto exterior de las construcciones antes mencionadas.  Junto a estos restos, tablones de madera recién cortados permanecían en palés sin desprecintar. Parecía que alguien estaba interesado en volver a levantar los habitáculos derruidos. Los maderos sustituidos en este tenían el mismo grosor, la misma veta, el mismo color que los de los palés. Esto sorprendió a Damian, ¿quién  podría haberse tomado aquellas molestias? El rancho estaba deshabitado desde la muerte de la abuela, ni su padre, ni su hermano habían manifestado la intención de evitar  que el viejo rancho del abuelo se viniera abajo. Habrían vendido la vieja heredad de haber podido; él mismo, visitaba aquella propiedad por primera vez, desde que la abuela murió. Ni su hermano, ni su padre solían mencionar nada referente al futuro de aquella propiedad. Es más, cuando Damian informó a Adam de su intención de pasar unos días en el viejo rancho, este último no le dijo si algo había cambiado en ella. No le dijo si la vivienda principal o las construcciones aledañas estaban ocupadas de manera legal o ilegal. De pronto al fijarse en uno de los ventanucos situados en los laterales del edificio vio sobresalir del hueco de aquel, la tela filigranada de una cortina interior. Armándose de valor y de un grueso leño se aproximó al ventanuco. La hoja de la ventana estaba subida, esto facilitaba el acceso al interior de la estancia a una persona relativamente corpulenta. Damian entró por este, leño en mano.

             La estancia, de una sola planta permanecía en una penumbra parcial, la luz que se filtraba a través del ventanuco por el cual Damian había accedido al interior, incidía sobre la mesa del despacho sobre la cual, una palmatoria sostenía aún, una vela humeante. Cerca de la palmatoria había gruesos libros de cuentas abiertos. Damian dio unos pasos, intentando alcanzar la mesa mencionada, pero tropezó con algo. Nuestro amigo se agachó y empezó a palpar el obstáculo que se interponía entre él y la mesa, solo pudo adivinar que se encontraba ante algo blando de lo que manaba algo pegajoso. Como hemos dicho la estancia estaba oscura y la única luz que entraba, agonizaba a manos de la cada vez mayor oscuridad del anochecer. Damian se incorporó y dando unos pequeños pasos más, consiguió llegar hasta la mesa y posar sus manos sobre ella. También había algo pringoso sobre ella. Damian se llevó una de sus manos al bolsillo del pantalón, de él sacó una caja de fósforos. Sacó de ella una cerilla, frotó la cabeza de esta sobe la superficie lateral de la caja, unas pequeñas chispas surgieron de la misma y en una fracción de segundo la cabeza del fósforo prendió. La llama pequeña y vacilante fue guiada hasta la mecha de la vela y una luz temblona y débil robó algo de luz a la oscuridad reinante. Damian cogió la palmatoria y sin prestar atención a las manchas de la mesa intento guiar el haz de luz hacia el obstáculo que segundos antes, casi le había hecho perder el equilibrio. Cuando descubrió que era aquello con lo que había chocado, el descubrimiento le dejó perplejo, atónito y un tanto desubicado.

          

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